No nos dicen qué planeta es. No sé si haría alguna diferencia, pero uno siempre quiere saber dónde está, cómo se llama el lugar por más que sea lejos y no te pueda buscar nadie. Por la ventana el paisaje que se ve es una porquería, así que yo apostaría a uno de esos nombres clasificadores, de catálogo como J-210B o no sé, “Planeta 45”.
Llegar fue horrible. Camino a acá éramos tantos en ese baúl y costaba tanto respirar que no pude llevar registro del tiempo de viaje. Nos tambaleábamos a lo loco sentados en la chapa caliente de la nave espacial, pero siempre pegados al suelo, nunca flotando como hacen los astronautas en las películas.
Acá en general es una mierda. Y en particular también. Entre esas dos oraciones pensé un rato largo en algo que me gustara de estos meses y no se me pudo ocurrir nada. Sigo pensando y nada. Ni siquiera faltar al colegio me gusta.
Nos tratan raro a los varones, yo me doy cuenta que hacen todo bastante de compromiso, a diferencia de cómo malcrían a las chicas. Me resultó así desde el principio, y me quejé, les dije que éramos iguales y que nos merecíamos la misma comida y los mismos cuartos y sábanas limpias y todos me miraron mal, incluso los otros dos chicos, fijo fijo como si fueran a quemarme con los ojos o algo. Les tienen miedo, son unos pelotudos la verdad, “todos carneros” diría mi mamá que siempre se queja de que en el supermercado ella es la única que levanta la voz cuando hay problemas con los jefes y todas las compañeras se quedan mudas. Bien que después si no les dejan tomarse el descanso para el baño le van con el cuento a mi mamá para que hable con el gerente. Y mi vieja siempre entra como un caballo, porque es así como yo -bah, o yo soy así como ella- de carácter fuerte, no nos gustan las injusticias. La extraño a mi mamá. Me debe estar buscando.
Estoy bastante cansado ya, no tengo tantas ganas de llevar la contra. Es peor al final porque igual me sigo indignando con todo pero en vez de gritar a alguien o cagarme a trompadas me lo guardo y es como una pelota adentro. Tampoco me llega mucho cuando me dicen cosas lindas. Antes un poco me gustaba escuchar que mi pelo rubiecito es lindo, que les gustan mis ojos porque son “verdes pero como azules y marrones a la misma vez” y esas boludeces que me repiten todo el tiempo, todos como si fueran originales. Y yo tengo que sonreír igual como si recién me diera cuenta de qué color es mi pelo o cómo tengo los dos ojos que veo todos los días en el espejo mil millones de veces. Me da un poco de asco si lo pienso en serio, sobre todo si me acuerdo del tono del piropo asqueroso.
Algunos clientes me prometen sacarme de acá, me dicen que tienen plata y naves espaciales con aire acondicionado y una heladerita para coca-cola, y qué sé yo que mil cosas más. Nunca lo cumple nadie eso, no hay que confiar en la gente porque la mayoría es versera por naturaleza. Aunque creo hay algo de este planeta, algo en la atmósfera o en el aire que lo hace peor. Cuando están acá todos piensan que son los dueños de lo que se les cruce por delante, tienen un aire de grandeza que con un poco de experiencia enseguida te das cuenta que es trucho y es obvio que en sus planetas son unos giles cualquiera. Si creyera un poco en todo eso capaz estaría más tranquilo acá, como con esperanza o algo parecido, pero mi mamá me avivó desde chico. Es medio una cagada eso a veces porque es como que le sabés el final a las cosas, como ver una peli que te contaron quién se muere y estás ahí esperando a que pase en algún momento y te aburrís un poco de la película y de la vida también.
Me quiero ir hace rato, me dicen que no puedo, que tengo que juntar más plata, que estamos muy lejos de todo y que no rompa las bolas. Y a mi me da mucha bronca porque no sé ni para qué lado arrancar y cómo llegar a Haedo desde acá, desde este valle polvoriento y sucio perdido en el espacio, que ni sé cómo se llama.
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Mariano B. Nació en Buenos Aires, en 1985. Cuenta que leyó un cuento de Guy de Maupassant cuando era muy chico y desde entonces quiere escribir algo parecido. Aún lo sigue intentando.
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