Nació el 26 de noviembre de 1944 en la ciudad de Rosario y, fiel a su patria chica hasta el fin, murió allí mismo el 19 de julio de 2007. Fue un humorista de toda la cancha. Padre de Boogie “El Aceitoso” y del gaucho Inodoro Pereyra, es uno de los grandes referentes de nuestro humorismo gráfico. También brilló como escritor -dejando tres novelas y quince libros de relatos breves- e incursionó en el séptimo arte como guionista “De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo –comentó alguna vez–. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: 'Me cagué de risa con tu libro'”.
"Putos los que leen esto. Nunca encontré una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora. Lo leí en un baño público en una estación de servicio de la ruta. Eso es literatura. Eso es desafiar al lector y comprometerlo. Si el tipo que escribió eso, seguramente mientras cagaba, con un cortaplumas sobre la puerta del baño, hubiera decidido continuar con su relato, ahí me hubiese tenido a mí como lector consecuente. Eso es un escritor. Pum y a la cabeza. Palo y a la bolsa. El tipo no era, por cierto, un genuflexo dulzón ni un demagogo. “Puto el que lee esto”, y a otra cosa. Si te gusta bien y si no también, a otra cosa, mariposa. Hacete cargo y si no, jodete. Hablan de aquel famoso comienzo de Cien años de soledad, la novelita rococó del gran Gabo. ‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento...’. Mierda. Mierda pura. Esto que yo cuento, que encontré en un baño público, es muy superior y no pertenece seguramente a nadie salido de un taller literario o de un cenáculo de escritores pajeros que se la pasan hablando de Ross Macdonald. Ojalá se me hubiese ocurrido a mí un comienzo semejante. Ese es el golpe que necesita un lector para quedar inmovilizado. Un buen patadón en los huevos que le quite el aliento y lo paralice. Ahí tenés, escapate ahora, dejá el libro y abandoname si podés".
"Un Congreso de la Lengua es, más que todo, para plantearse preguntas. Yo como casi siempre hablo desde el desconocimiento, me pregunto por qué son malas las malas palabras, quién las define como tales. ¿Es que acaso les pegan a las buenas? ¿Son malas porque son de mala calidad y cuando uno las pronuncia se deterioran? ¿Tienen actitudes reñidas con la moral? Tal vez nosotros, al marginarlas, las hemos derivado en palabras malas. Lo que pienso es que muchas de ellas brindan otros matices. Yo soy fundamentalmente dibujante. Manejo muy mal el color, por ejemplo, pero a través de eso sé que cuantos más matices tenga uno, más puede defenderse, para expresarse, para transmitir, para graficar algo. Entonces, hay malas palabras que son irremplazables. Por sonoridad, por fuerza; algunas incluso por contextura física. No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza que decir que es un pelotudo".
"La última vez que vi eufórico a Marcos Salaberri fue en el mes de abril de 1976, en Florencia. Marcos había salido de la cárcel, tras purgar una condena por impudicia. Se le acusó de que su libro El culo a cuatro manos contenía escenas y descripciones lindantes con lo obsceno. Que en una de sus páginas más precisamente, se repetía 28 veces la palabra pene. Yo insisto en que eso, más que hablar de su amoralidad, hablaba de la falta del manejo de los sinónimos en Marcos".
El tono paródico que recorre la obra de Fontanarrosa se refleja cabalmente en estas citas. Espigamos la primera y la última de los cuentos "Palabras iniciales" (en Usted no me lo va a creer, Ediciones de la Flor, 2003) y "A propósito de la muerte de Marcos Salaberri" (en Nada del otro mundo, Ediciones de la Flor, 1987). La restante forma parte de la celebrada intervención de “El Negro” en el III Congreso Internacional de la Lengua Española, que se realizó en la ciudad de Rosario a fines de 2004. Dos años después, cabe destacar, fue elegido como el primer Amigo de las Bibliotecas Populares.