La novela negra es una variante de la literatura policial que se desarrolló inicialmente en los Estados Unidos a comienzos de la década de 1930. Retrata de un modo crudo el mundo del crimen y la corrupción de las grandes ciudades. Si bien continua la tradición de la literatura policíaca iniciada por Edgar Allan Poe, pronto se constituyó en un género independiente y se difundió por todo el mundo. América Latina ha sido terreno fértil para el género: lectores y escritores lo han hecho propio y, aun hoy, a un siglo de su creación, tiene un lugar preponderante en nuestra literatura.
Tipos duros, mujeres fatales, chantajistas, cafishios, mafiosos, contrabandistas, traficantes, millonarios inescrupulosos y sus hijas malcriadas; esa es, más o menos, la fauna que habita la novela negra. En medio de ellos un hombre solitario intenta desentrañar el ovillo casi imposible de un crimen. El entrañable Phillip Marlowe, de Raymond Chandler, y el inflexible Sam Spade, de Dashiell Hammett, son probablemente los dos modelos más representativos del detective duro. Están relacionados, por sus funciones, con los detectives clásicos del género policial, como Auguste Dupin, Sherlock Holmes o Hércules Poirot. Pero sus métodos difieren radicalmente. Mientras el detective del policial de enigma llegaba una vez que el crimen se había cometido, descifraba pistas, razonaba y acababa por resolver los casos más intrincados descubriendo su lógica interna, el de la novela negra los resuelve involucrándose personalmente en la trama criminal. La información no se obtiene ya de las huellas dejadas por el asesino, sino de las nunca tan inocentes víctimas, del propio criminal y de su entorno, con todos los riesgos que eso implica. Si, para graficarlo, supusiéramos que el enigma es una puerta cerrada, el detective clásico deduciría donde está la llave, la tomaría y abriría la cerradura; el detective duro, en cambio, la abriría a hachazos, llevándose algún raspón y un par de astillas clavadas.
Esta diferencia resulta fundamental para definir al género negro como algo diferenciado del policial clásico. La presencia de la figura del detective los emparenta, pero el resultado de sus trabajos es tan disímil que provoca una distancia insalvable entre uno y otro género. Cuando en los cuentos de Edgar A. Poe se relata un crimen cuya resolución era dificultosa para los métodos policíacos, se está señalando un verdadero problema para la sociedad de su época: ¿cómo podía un hecho ser inexplicable? La sociedad burguesa veneraba la Razón como a un dios; cualquier hecho que no pudiera explicarse racionalmente cuestionaba esa fe. Entonces Poe inventó un personaje que era capaz de salvarla, un superhéroe, a su modo: Dupin, el detective que con métodos deductivos devolvía su lógica a los acontecimientos y la tranquilidad a la sociedad cuyo fundamento había sido desafiado. La invención de ese personaje fue, a su vez, la invención del género policial.
Jorge L. Borges, que se declaraba partidario de esta variante del género, aborrecía los cuentos de Sherlock Holmes, porque éste resolvía muchos casos a partir de una huella dejada por un zapato, o una colilla de cigarrillo olvidada por el criminal, que no eran más que contingencias en un crimen cuya lógica interna estaba en otra parte (en el móvil, en el modo de ejecutarlo, en sus consecuencias inmediatas). Así, inventó con Bioy Casares al detective más racionalista de la literatura: don Isidro Parodi, que resolvía los casos desde su injusto calabozo, sin visitar la escena del crimen y basándose exclusivamente en el relato de los hechos.
La novela negra surge en los Estados Unidos y en un contexto muy diferente al del su antecesor. El desarrollo de las grandes metrópolis, la cultura de masas, la experiencia traumática de la Primera Guerra Mundial, los llamados “años locos” y la posterior crisis económica con el crack financiero del '29, son algunos de los cambios sociales y culturales que se ven reflejados en estas novelas. El espiral de violencia, corrupción y crimen que leemos en sus páginas cuestiona la idea de orden que pretendía preservar el detective del siglo XIX. Cuando el detective del género negro resuelve un caso, recupera un objeto perdido, descubre a un asesino o hace que un chantajista desista de su oficio, queda la sensación de que diez más de esos crímenes se están cometiendo en el mismo momento. No hay manera de detenerlo. El detective de estas novelas es un héroe, porque el género no abandona la matriz épica; pero es un héroe que nada contra una corriente demasiado fuerte. Sus cualidades morales, que comúnmente rondan la incorruptibilidad o la fidelidad amorosa, son pequeños reflejos del bien en una sociedad oscurecida irreversiblemente por el crimen y la corrupción. Una vez resuelto el caso, el detective seguirá ocupando su modesta oficina mientras los senadores, el fiscal del distrito y los organizadores de garitos clandestinos continuarán con sus negocios turbios. Por eso, el detective del policial negro es un héroe decadente, y el género podría verse como un épica pesimista: mientras Roldán o el Mio Cid luchaban por la gloria de su raza y la grandeza de su Nación, detectives como Spade o Marlowe lo hacen por 25 dólares diarios, más los gastos.
Crimen y capitalismo
Si bien la referencia al policial de enigma es inevitable para hablar de la novela negra, este es apenas una de las columnas sobre las que se ha erigido el género. Su origen está claramente en los Estados Unidos y es en la literatura norteamericana donde hay que buscar las influencias más importantes de los autores que lo fundaron. Ricardo Piglia, en un artículo titulado “Sobre el relato policial”, ya había señalado que: “en la historia del surgimiento y la definición del género, el cuento de Hemingway ´Los asesinos´ tiene la misma importancia que ‘Los crímenes de la rue Morgue´”. El policial negro surge en el marco de una tradición realista de la literatura norteamericana y varias de sus características lo emparentan con ella.
Es importante tener en cuenta esta doble procedencia, porque si se considera a la novela negra desde la lógica del relato policial clásico sus argumentos resultan muy débiles. En estos, el enigma es muy poco poco relevante; funciona más bien como una excusa para narrar una historia llena de violencia, corrupción y erotismo, y que funciona como un retrato impiadoso de la sociedad. Dice Piglia: “el único enigma que proponen –y nunca resuelven– las novelas de la serie negra es el de las relaciones capitalistas: el dinero que legisla la moral y sostiene la ley es la única ‘razón´ de estos relatos donde todo se paga”.
En este sentido, el género podría pensarse como una adaptación a un registro más popular (el de las novelas policiales, de lectura masiva en esa época) de los planteos narrativos que venían haciendo autores como Hemingway, Faulkner y Fitzgerald. Cada uno a su modo, se encargó de evidenciar en su literatura las contradicciones del capitalismo, las nuevas relaciones sociales, el poder del dinero y la violencia que traía aparejado. Siendo un género relacionado, por definición, con el mundo del crimen, el policial tenía mucho que aportar a esa mirada crítica. Y así lo hizo desde que Hammett publicó en 1929 Cosecha roja, considerada como la obra que inició la novela negra.
Algunos autores
En El género negro Mempo Giardinelli hace un recorrido extensivo y exhaustivo por los principales nombres de la novela negra. Es una tarea difícil, ya que, como señala el propio Giardinelli, la producción en el género es probablemente la más vasta de la literatura mundial, y afirma que, siguiendo un cálculo conservador, se puede estimar que se publican unos 4 mil títulos al año. Así y todo, hay en el libro una veintena de nombres cuya obra e importancia es analizada minuciosamente. Entre los fundadores del género, señala a los ya mencionados Hammet y Chandler y agrega a James Cain. Esos tres nombres han sido señeros para toda la producción posterior. Quizás el gran renovador del género fue Ross McDonald, quien en los años ‘60 introdujo la dimensión psicológica como respuesta a la pregunta sobre las raíces del crimen. Como es costumbre, no han faltado los puristas que resistieron esas novedades.
Horace McCoy, David Goodis, James Hadley Chase y Jim Thompson son otros autores destacados. A Europa, donde todavía estaba en plena vigencia el policial de enigma, la novela negra llegó con cierto escándalo de la mano de Boris Vian, y se popularizó en Francia con el dúo autoral Boileau-Narcejac. Manuel Vázquez Montalbán produjo a fines de los '70 una serie de novelas que le abrieron paso al género en España.
En América Latina
La literatura policial formaba parte de las lecturas masivas en Latinoamérica desde comienzos del siglo XX. Por esta razón, existían ya editoriales, colecciones y lectores para que la vertiente negra del género se difundiera con rapidez. Lo hizo y, si bien en un principio las novelas de Hammett, Chandler y Cain resultaban extrañas para los lectores de novelas de enigma, la literatura de aventuras y el cine ayudaron a su pronta aceptación. Se crearon colecciones específicas, fundamentalmente por editoriales de México y Argentina, y el género se hizo popular en todo el continente.
No tardaron en aparecer textos de autores latinoamericanos que abrevaban en esos antecedentes. Un caso particular es el del argentino Eduardo Goligorsky, que fue traductor de muchos de los títulos de la colección Rastros (editorial Acme), dedicada a la novela negra, y a su vez fue autor de una veintena de novelas policiales bajo seudónimos como James Alistair, Mark Pritchard y Ralph Fletcher. Así, las novelas se presentaban como si fueran traducciones de autores norteamericanos, hasta entonces dueños por completo del género. Pero pronto otros autores empezar a producir obras que se inscribían en la estética del policial negro y agregaban ciertos matices propios de la sociedad latinoamericana donde transcurrían.
En su libro, Mempo Giardinelli propone un análisis de las peculiaridades del género en Latinoamérica. La diferencia respecto a los Estados Unidos radicaría, según su visión, en lo siguiente: mientras los personajes del género negro norteamericano pertenecen a “un mundo definido” que incluye el triunfo del individualismo, la industrialización y la posesión del dinero como modo de ascenso social, en Latinoamérica ese mundo está cuestionado, es un mundo a construir (o a destruir, dependiendo del caso) y las claves políticas y sociales abundan en las novelas. Otra diferencia radical está en que los autores norteamericanos confían, en su gran mayoría, en el sistema: creen que es flexible y amplio, y si uno se esfuerza se lo puede perfeccionar. De ahí que sus protagonistas sean audaces e individualistas: son héroes que de algún modo buscan rescatar los valores que se están perdiendo. En Latinoamérica, en cambio, la novela negra es más pesimista. Aquí, la corrupción no es vista como una desviación sino como un elemento constituyente del orden, una causa profunda. Y, por la causalidad política que se le atribuye a esa situación, la figura del héroe individual no funciona tan bien como en la novela negra norteamericana.
Los nombres de la literatura policial latinoamericana son muchísimos y se pueden consultar en profundidad en el libro de Giardinelli. Podemos mencionar a algunos que ya a esta altura son clásicos: Antonio Helú, Rafael Bernal y Paco Ignacio Taibo II, en México; Ramón Diaz Eterovic, en Chile; Mirko Lauer y Carlos Calderón Fajardo, en Perú; Luis Rogelio Nogueira y Leonardo Padura, en Cuba.
Argentina en negro
El género negro se introdujo en la Argentina a través de diferentes colecciones de literatura policial que tenían muchos lectores e incluso gozaban de cierto prestigio, como en el caso del Séptimo circulo, dirigida por Borges y Bioy Casares. Pero recién con la creación de la Serie negra, dirigida por Piglia para la editorial Tiempo contemporáneo, tuvo su lugar específico. En aquella colección trabajó como traductor Rodolfo Walsh, un nombre inevitable a la hora de hablar de literatura policial en la Argentina. Aunque sus cuentos y nouvelles de corte policial transitan mayormente la vertiente clásica del género, basada en el enigma y su resolución racional, hay en la escritura de Walsh una fuerte influencia de los autores del género negro norteamericano, que se expresa mayormente en sus libros de investigación periodística (Operación Masacre, ¿Quién mató a Rosendo?, El caso Satanowsky). Otro de los autores que podría considerase como introductores del género en nuestra literatura es Marco Denevi, con Rosaura a las diez, una novela en la que un crimen es narrado desde diferentes puntos de vista, rompiendo así con la visión hegemónica del detective, propia del policial de enigma.
La novela negra de producción local tuvo su auge al calor de la creciente violencia política que desde fines de los '60 se instaló en el país. A partir de los '70, el género negro desplazó por completo al policial de enigma en nuestra literatura. Juan Martini publicó en esa década tres novelas policiales de neto carácter negro: El agua en los pulmones, Los asesinos las prefieren rubias y El cerco. También Los borrachos en el cementerio y Noches sin lunas ni soles de Rubén Tizziani fueron dos títulos de gran repercusión en su época. Algo similar sucedió con la novela Ni un dolar partido por la mitad, de Sergio Sinay. También podrían mencionarse algunas novelas de reconocidos autores que incursionaron en el género: Su turno para morir, de Alberto Laiseca; Ni el tiro del final y Últimos días de la víctima, de José Pablo Feinmann; Luna caliente de Mempo Giardinelli. Un caso particular es el de Osvaldo Soriano, que publicó en 1973 Triste, solitario y final, novela entre nostálgica e irónica que protagoniza nada menos que el Phillip Marlowe de Chandler.
Ahora y después
Hacer una lista de autores u obras de la novela negra actual sería difícil sin incurrir en olvidos e injusticias u ocupar diez páginas. El género sigue vigente; se produce en cantidad y calidad, con las lógicas proporciones de plagio, bodrios y repeticiones. Pero también siguen apareciendo obras notables, autores que se inscribirán en la historia grande del género y personajes que los lectores nunca olvidarán. Con el paso del tiempo, la figura del detective ha permanecido, y siguen naciendo personajes que se hacen tan populares como aquellos primeros “sabuesos” literarios. Pero también aparecieron desde entonces muchas obras centradas en las víctimas o los criminales, en las que el detective carece de relevancia.
Mientras haya crímenes y esos crímenes estén envueltos en una trama de dinero, poder y corrupción; mientras la desigualdad social y las diferencias políticas generen violencia; mientras la justicia caiga sólo sobre algunos, la novela negra estará para mostrarnos la cara oscura de nuestro mundo. Y si un día todo eso se acabara, y el mundo fuera un paraíso por el que todos camináramos descalzos, la novela negra, con su sucio chambergo y la media suela de los zapatos gastadas de trajinar las calles, seguiría allí para recordárnosla.
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El film noir
Casi desde sus comienzos, la novela negra tuvo una estrecha relación con el cine. En la década del '40, Hollywood vivió el auge de un tipo de películas novedosas, polémicas y muy bien recibidas por el público: el film noir. Su nombre francés se debe a que fue el crítico italo-suizo Nino Frank quien lo utilizó por primera vez para referirse a estas películas como un nuevo género, en una publicación francesa de 1946. No es extraño este interés europeo por el género, porque si bien su origen y desarrollo se dio en Hollywood, muchos de los directores y técnicos que trabajaron en estas películas provenían de Europa, y buscaron refugio en la creciente industria del cine estadounidense. Estos trajeron consigo una amplia experiencia de trabajo en la escuela de cine más importante de comienzo de siglo en Europa: el expresionismo alemán. Caracterizada por su manejo de luces y sombras, la estética expresionista le dio al film noir un estilo característico, consonante con la intención ya presente en la novela negra de mostrar los claroscuros de la sociedad.
Tal fue la retroalimentación entre cine y literatura en esta época, que una de las películas fundantes del film noir fue la adaptación de una obra que también se puede contar entre las iniciadoras de la novela negra: El halcón Maltés, de Hammett, que fue llevada a la pantalla grande por John Houston en 1941. Si bien el género ya contaba con algún antecedente de menor repercusión, el éxito de esta película marcó el inicio de un boom. Películas como Pacto de sangre (1944), El cartero llama dos veces (1946) y Al borde del abismo (1947) fueron parte de ese auge.
La razón principal para que el género decayera hacia mediados de los '50 no fue el desinterés del público sino la censura: según algunas autoridades, estas películas representaban la contracara de lo que Hollywood debía mostrar al mundo; sus historias y personajes eran duras críticas a la sociedad norteamericana y al capitalismo y, una vez terminada la guerra, la persecución macarthista no tardó en caer sobre directores, productores y actores.
Afortunadamente, el film noir se pudo despedir por la puerta grande, con dos películas de 1958, dirigidas por dos grandes del cine: Vértigo, de Alfred Hitchcock y Sed de mal, de Orson Welles.
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En internet
En la página bibliotecanegra.com se puede encontrar todo sobre la novela negra: autores, obras, personajes, novedades editoriales, entrevistas. Una verdadera enciclopedia sobre el pasado y el presente del género.
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