Mafalda, el entrañable personaje de Quino, nació en los intensos años sesenta y se convirtió en la figura más emblemática del humor gráfico nacional. La tira fue publicada en diarios y revistas, reunida en libros, traducida a una docena de idiomas –desde el chino hasta el indonesio–, animada, y reproducida en remeras, carteras, posters, llaveros, tazas, autoadhesivos y en una cantidad inagotable de productos. A 55 años de su nacimiento, ya es un ícono argentino.
La del sesenta es, a esta altura, una década mítica: Los Beatles, los movimientos de izquierda y de liberación nacional, la Guerra de Vietnam, el flower power, la imaginación al poder, el psicoanálisis y –en la Argentina– el Cordobazo, la reivindicación de los géneros populares o los happening del Instituto Di Tella son constitutivos del capital simbólico de buena parte de la clase media. Mafalda, la enfant terrible de Joaquín Lavado, Quino, surgió por esos años y se convirtió en la figura más emblemática del humor gráfico nacional. Su aparición no puede descontextualizarse de las reacciones generadas por ese mundo bipolar, enfermo y magullado, que –simbolizado como un globo terráqueo en las viñetas– la protagonista cuida, arropa y hasta intenta mejorar con las cremas de belleza de su madre.
La tira fue publicada en diarios y revistas, reunida en libros por Ediciones De la Flor, traducida a una docena de idiomas –desde el chino hasta el indonesio–, animada, y sus personajes reproducidos en remeras, carteras, posters, llaveros, tazas, autoadhesivos y una cantidad inagotable de productos de merchandising, algunos autorizados por el autor y muchos no. Con una estatua propia –levantada en el barrio porteño de San Telmo, donde vivían Mafalda y su familia–, una plaza con su nombre y un mural en una estación de subte, es un ícono argentino que se transmite de padres a hijos, desde hace, por lo menos, tres generaciones.
Nacer en un lavarropas
Quino ya tenía experiencia en el humor gráfico y la publicidad cuando, en 1962, le encargaron un personaje de historieta para promocionar, de manera encubierta, una nueva línea de los electrodomésticos Mansfield y le pidieron que el nombre de la protagonista empezara con las mismas letras que la marca. La campaña nunca se concretó, pero el dibujante publicó las historietas, quitándole el halo comercial. Así nació Mafalda. Tres tiras se publicaron en 1964 en Gregorio, suplemento de humor de la revista Leoplán, dirigido por Miguel Brascó. Luego la historieta se incorporó a Primera Plana, una moderna revista de información general y análisis político dirigida por el mítico Jacobo Timerman. La publicación –como la tira– representaba muy bien el vasto universo de los sesenta y, entre otros ejes, puso énfasis en el seguimiento del humor gráfico y la historieta, géneros que empezaban a ser estudiados y reivindicados junto a otros de la industria cultural masiva.
Pequeños adultos
En su tira, el humorista tomó la esencia de los chicos lúcidos y críticos de Peanuts (Snoopy) pero hizo más concretos los personajes y graficó el mundo de los adultos al que el cómic de Charles Schultz alude pero no muestra directamente.
En Mafalda, además, el autor tensa una dualidad. Por un lado, traza fondos y ambientaciones verosímiles, realistas y detalladas (la escuela, la casa, la calle y la plaza). Por el otro, construye a los personajes con cabezas desproporcionadas y rasgos mínimos. Así, los dibujos de Quino son simpáticos, de precisa factura y están astutamente aprovechados los recursos gráficos del género: los expresivos gestos de los personajes (la boca, los ojos que a veces no son más que puntitos, pero que lo dicen todo) así como los juegos con las onomatopeyas y las tipografías.
No obstante, lo que hace memorable la tira no es tanto la gráfica sino los recursos verbales, las verdades que se advierten, la profundidad de los razonamientos de los personajes. Se trata básicamente de un humor conceptual. Con Quino, la hondura filosófica y la psicológica pasan a ocupar un lugar central en los cuadritos.
Su eficacia no está dada sólo en las palabras, sino en la sacudida que éstas provocan en quien las lee. Si los lectores de escuela primaria encuentran en Mafalda y sus amigos cierta identificación cómplice y hasta una reivindicación –como chicos y como hijos–, lo que queda para los adultos es una incómoda sensación que flota en el aire. Tal como se pregunta Miguel Rep en Toda Mafalda, el volumen que compila la obra completa: “¿Cómo sería el cuadrito después? ¿Qué hacen los papás de Guille luego de que éste los viera abrazados y gritara ´Eta e mi mujed´? O ¿cómo califica finalmente la maestra la tarea de Mafalda sobre las invasiones inglesas, donde dibuja a hippies con pancartas?”.
Esos “monstruos”
Cuando Umberto Eco analizó a Peanuts utilizó palabras similares a las que dedicó a Mafalda en 1969, oportunidad en la que le tocó prologar la primera edición de la tira: “Estos niños nos tocan de cerca porque en cierto modo son monstruos; son las monstruosas reducciones infantiles de todas las neurosis de un ciudadano moderno... En ellos lo hallamos todo: Freud, la masificación, la lucha frustrada por el éxito, la búsqueda de la simpatía, la soledad, la reacción malvada, la aquiescencia pasiva y la protesta”.
Hiperreflexiva, Mafalda parece vivir en un envase equivocado: tiene cuerpo de nena y mente de grande. Por más que odie la sopa y exija un Premio Oscar al Pájaro Loco, es un adulto en pequeño; más madura que muchos mayores.
“Es cierto que (Mafalda y sus amigos) van a jugar a la plaza, pero del mismo modo que juegan a los indios y vaqueros, después juegan a la Guerra de Vietnam o al Apocalipsis nuclear. En la escuela se quejan de los deberes, pero también de los métodos o contenidos pedagógicos inútiles o pasados de moda”, completan Hernán Matignone y Mariano Prunes en Historietas a diario. Las tiras cómicas argentinas de Mafalda a nuestros días.
La de Mafalda es una familia tipo -mamá, papá, hija, hijo- de clase media, un ejemplar que actualmente parece estar en vías de extinción. A diferencia de las familias de las historietas argentinas costumbristas de 1920 y 1930, sus miembros no aspiran a otro escalafón social. Se habituaron a ser lo que son y a hacer lo que les permite un sueldo de empleado de oficina: vivir en un departamento del barrio de San Telmo, comprar con esfuerzo un Citröen 2CV, veranear cerquita y acceder a cierta tecnología hogareña. Pero Mafalda, con su lógica implacable, ve en sus padres a dos eximios representantes del mundo adulto, amoldados al sistema, a quienes no deja de poner en aprietos. De uno u otro modo, les hace notar desde los dobles discursos hasta los fracasos de la humanidad.
Historieta y psicología
Los personajes son más bien arquetipos que, en parte –solo en parte– se parecen a los protagonistas unidimensionales de las historietas de los años 1930 y 1940. Una vez instruidos, actúan sin fisuras ni contradicciones en relación con ese papel que, así, se vuelve un poco estereotipado. Mafalda es una humanista actualizada; Libertad, una izquierdista radicalizada; Susanita, una futura madre de familia integrada e hipócrita; Felipe, un tierno, temeroso y sufriente ejercitador del sentido común; Miguelito –nieto de un fascista–, un profesional de la duda metódica, y Manolito, un almacenero materialista, en algunas ocasiones más inteligente que lo bruto que parece a primera vista. “Felipe es, quizá, el más flexible de los personajes: se desdobla en contradicciones, traumas, debilidades, frustraciones; es el único que lidia constantemente consigo, el más verdadero en el fondo, sin certezas bien pensantes ni voluntad dócil como Mafalda”, sostiene Juan Sasturain en El domicilio de la aventura.
No obstante, la elaboración de las criaturas de Quino no tiene la simpleza de las creaciones de Lino Palacio o de Divito. Porque Mafalda inaugura una tradición historietística que ya no permite la vuelta atrás: la de la dimensión psicológica de los caracteres. Con ella se profundizó el pasaje de la historieta social a la psicológica.
Según se pregunta el semiólogo Oscar Steimberg, en un artículo incluido en el catálogo de la Sexta Bienal 100 años de humor e historieta argentinas, de Córdoba (1986): “¿Será que en esta Argentina pobre ya no hay diferencias sociales? ¿O será que en la Argentina los humoristas no abandonan la metafísica y la psicología para no advertir unas divisiones sociales nuevas, para las que no hay entrenamiento crítico, o que –sencillamente– cuesta mucho trabajo representar?”.
Clase media y política
Quino dejó de lado la tradición estadounidense del humor abstracto en la que se inscribe Peanuts para realizar –también en clave humorística– un registro minucioso de los tics de un sector de la Argentina de los años sesenta: “la gran novela sobre la clase media que la literatura argentina no se ha atrevido escribir”, al decir del narrador Rodrigo Fresán. En esas viñetas pueden entreverse los pensamientos, las ilusiones y los conflictos de una parte de la sociedad, en vísperas de las dictaduras que la irían diezmando poco después.
Los personajes de la historieta son agudos en sus reflexiones: refieren a las injusticias, a la pobreza y al hambre pero en un sentido declamativo, amplio y ajeno al sector progresista al que representan, según observó el investigador Jorge B. Rivera. Aunque existen problemáticas del país que parecen estar ausentes de ese universo: no hay registro de la memoria de las luchas populares ni las diferencias regionales; se habla del fenómeno cubano pero no del peronismo.
–¿El regreso de Perón se verá reflejado en la historieta?– le preguntó Osvaldo Soriano a Quino en un reportaje publicado en diciembre de 1972 en el diario La Opinión.
–No, creo que no. Mi drama es que yo no tengo ideas políticas. Me sentiría muy feliz de poder creer en algo. Hay gente que dice que soy marxista, pero jamás leí a Marx, me da vergüenza decirlo pero es así. Y no creo en nada.
–Sin embargo en sus dibujos asoma una ferocidad tremenda contra determinadas formas políticas.
–No. La ferocidad está dirigida contra la condición humana. La explotación del hombre por el hombre es inherente al ser humano y se ha desarrollado a través de cinco mil años. No veo que pueda cambiar.
“Quino presentó un mundo de chicos definido en términos de uno de adultos. La problemática era de grandes, no de chicos –puntualiza Steimberg–. Sin embargo la gente creía estar leyendo una representación de lo social, justamente porque era el tipo de representación del mundo de la clase media que la seguía. Con esto quiero decir que no es la representación de lo social lo que asegura el éxito de una historieta sino un tipo de construcción de la realidad compartida con su público”.
La cosmovisión que engendró a Mafalda tiene una dolorosa vigencia: el desasosiego ante la humanidad, el cuestionamiento despiadado a ciertas instituciones y conductas sociales como la familia, la escuela, el poder, los medios de comunicación. Ese fondo es el que permite prescindir, quizás, desde una lectura actual, algunas referencias por entonces muy en boga (la Guerra de Vietnam, el papel de la ONU, el enfrentamiento Estados Unidos-Unión Soviética o Guerra Fría) y hoy muchos menos candentes.
Criminal de guerra
De Primera Plana la historieta se mudó al diario El Mundo y de esas páginas a las de la revista Siete Días. El dibujante decidió abandonar la tira, que seguía –y sigue– siendo un éxito, cuando sintió que estaba cansado de esa fórmula humorística que lo tenía entrampado. Y eso fue algo que los lectores nunca le perdonaron. “A veces siento que la gente me reprocha como a un criminal de guerra que hace 26 años mató a nueve personas –contó una vez–. Yo digo que Mafalda es un dibujo, no una persona de carne y hueso, porque a veces me tratan como si fuera un asesino”.
A lo largo de todos estos años de “ausencia”, Mafalda tuvo un montón de viñetas y tiras apócrifas, que una y otra vez Quino –que sólo había vuelto a dibujarla para campañas de bien público– se encargó de poner en evidencia. Pero en 2009, la enfant terrible regresó una mañana, por única vez, a través del diario La Repubblica, de Italia. “No soy una mujer a su disposición”, decía su globito como parte de una campaña nacional feminista en respuesta a dichos denigrantes que el presidente italiano Silvio Berlusconi había pronunciado contra una dirigente opositora de centroizquierda diciéndole: “Usted es más bella que inteligente. No me importa lo que dice”. Rosy Bindi –la mujer agredida– respondió con la frase que Mafalda hizo suya, en referencia a los múltiples casos de prostitutas contratadas por el ex premier.
Mafalda fue la creación más trascendental de Quino, la única historieta que dibujó. Antes y después se dedicó exclusivamente a realizar planchuelas humorísticas –en su mayoría mudas– autoconclusivas, protagonizadas por hombrecitos (y en menor medida por mujeres que hacen, en general, de partenaires) anónimos, pequeños, apesadumbrados, medio encorvados y con cara de resignación. Un humor crítico frente a la realidad, filoso y despiadado, de creciente escepticismo que, pese a su gran calidad e indudable aceptación, nunca logró desplazar a Mafalda del podio del afecto popular.
...................................................................................................................................................................................................
De terror
Hubo un día que la imagen de Mafalda fue utilizada para el horror. El 4 de julio de 1976, bandas militares asesinaron a los sacerdotes palotinos Alfredo Leaden, Alfredo Kelly y Pedro Duffau y los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti, adentro de la propia iglesia de San Patricio, ubicada en pleno barrio porteño de Belgrano. Sobre el cuerpo de una las víctimas los represores dejaron un fragmento de una tira de Mafalda que dice ¿Este es el palito de abollar ideologías?, a modo de mensaje siniestro.
...................................................................................................................................................................................................
Tres decires
“Cuando le preguntaron a Francis Bacon acerca de las influencias que había tenido, contestó: ‘En una determinada época de mi vida, estuve muy influido por Picasso, aunque influencia no es, quizá, la palabra exacta. Picasso, en realidad, me ayudó a ver’. Para mí, la importancia de Quino es su mirada. Antes creía que era su dominio de los recursos del dibujo, luego, sus puestas en escena, su capacidad para elaborar personajes para nada unidimensionales, su cariño pese a su amargura hacia la especie humana, sus ideas ingeniosas graficadas con precisión, en fin, todo lo de inteligencia que vino a infundirle a este género austero. Pero es todo eso, y sobre todo, su mirada acerca del mundo lo que repetiremos eternamente preñados por sus trabajos. La mirada de un niño híper curioso, el ángel perverso que anida en él, un autor sólo mellado por períodos de indignación o sentido común. Quino es algo serio, un generador de momentos inolvidables, como pocos lo logran. Todos tenemos por lo menos un chiste de Quino soldado en el placer de los recuerdos. Benditos el tiempo y el país y la lengua en que nací, para disfrutar del maestro”.
Miguel Rep
“Creo que los humoristas somos como pequeños laboratorios. Recibimos una información, la procesamos y obtenemos un producto pretendidamente humorístico. Y, a mi juicio, Quino es el laboratorio más perfecto. Siempre sus historias tienen otra vuelta de tuerca, otro paso más allá, otro nivel de reflexión, que las hacen más elaboradas, más redondas y más profundas”.
Roberto Fontanarrosa
“Nunca tomé un café con Quino, pero igual lo siento como un amigo. Lo mismo le ocurre a millones de argentinos. Es el milagro de los artistas populares. Se nos van metiendo de a poco y un día son parte de la familia. Como me pasaba –y me pasa– con Manzi, con Discepolín o con Troilo. Están en uno. Uno los reconoce, se deja sorprender, una y otra vez, con su arte magistral. Expresan a la comunidad. Dicen (escriben o dibujan o le ponen sonidos) a aquellas cosas que caminan por nuestro subconsciente colectivo, que son nuestras sin saberlo. Cosas que los artistas populares iluminan con una envidiable facilidad”.
Roberto "Tito" Cossa
...................................................................................................................................................................................................