“La poesía no nace/ Está allí, al alcance/ de toda boca/ para ser doblada, repetida, citada/ total y textualmente”, decia el poeta argentino Joaquín Giannuzzi en “Poética”, el poema que sin dudas describe de manera original el abordaje de la lectura de poesía. Presentamos una selección de poetas argentinos contemporáneos oriundos de distintos puntos del país que también están ahí, al alcance de toda boca: Silvia Castro, Gabriel Pantoja, Valeria Pariso y Marcelo Díaz.
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oí el ruido de entrechocados cristales.
luego me agaché hasta mi sombra y encontré
rotos los significados:
vi ahí
mi posibilidad.
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en la superficie que constituye el ahora hay una línea yendo hacia
atrás, otra que va hacia mí, y una siguiente es tuya.
ayer se juntaron.
yo quedé oblicuo.
De Crack (Ediciones de la terraza, 2015)
b
Un hombre pasa
un costado de sí
por la cal de una pared.
Otro hombre pasa el costado
del primer hombre
por el cemento de una madre.
Entra un pájaro tibio
a la habitación
(como si hubiera estallado
un meteoro). Se van luego
de esos mundos los tres.
Quedan intactos
solamente los costados
como templos de sí.
c
Si miras fijo
a un hombre
lo que ves es nada
lo que ves es nada y mancha
lo que ves es una orden lateral en la mancha
si miras fijo sobre la nada
la orden entonces fija
un hombre y lo
mancha
De Géminis (Ediciones del Dock, 2017)
Gabriel Pantoja (1978). Vive actualmente en Córdoba donde desarrolla su actividad como psicoanalista y docente. En el año 2015 publicó su poemario Crack por Ediciones de la terraza. El poemario Géminis salíó por Ediciones del Dock en el año 2017.
Nocturno
Se pasea por las calles iluminadas y no sabe lo que ve.
Ve un cartel entre otros, y otro cartel detrás.
Y el desierto, detrás, como un cartón pintado.
¿Es esta una ciudad civilizada?
¿Es la Liverpool del Sur, como pensábamos en el XIX?
¿Es el País del Diablo, como creíamos los indios?
¿Es la página blanca sobre la que nadie escribe nada?
Un plasma ofrece a la calle vacía
un partido de copa en el Estadio Nacional de Chile;
un Panasonic, un paseo en Miami con Susana Giménez.
Llueve en Santiago, Susana,
mientras espero el micro,
quince minutos, sentado en el zócalo
de un comercio quebrado:
un cómic de mutantes, un alfajor barato,
y la luz azul de un patrullero
otorgando a la noche
su cuota de terror.
De Berreta (Libros de Tierra Firme, 1998)
Iglú blanco sobre fondo blanco
Existiría la creencia que los esquimales tienen más de veinte palabras distintas para decir veinte tipos distintos de hielo o de nieve.
Habría, por ejemplo, una palabra esquimal para decir el hielo que se quiebra ante el menor contacto con un pie pequeño.
Otra palabra para la nieve cayendo.
Otra para la nieve cayendo por la noche.
Otra para la nieve cayendo por la noche iluminada por una linterna.
Y otra palabra más aún para decir la consistencia esponjosa de la nieve, por la noche, cayendo en la palma de la mano derecha después de habernos quitado el guante de cuero de foca, no sin esfuerzo, con los dientes (porque la mano izquierda sostiene, todavía, una botella).
Y así…
En una superficie regida por el blanco, el cuerpo y el lenguaje se habrían calibrado como un instrumento de altísima precisión para incubar en el infierno helado de lo mismo un mundo de diferencias, y habitarlo.
Ahora bien, la lingüística tiene sus serios reparos sobre todo esto…
De Blaia (Ediciones Liliputienses, 2013)
Usos cartográficos del corazón
Hay mapas con forma de corazón y hay mapas del corazón. No del corazón como territorio, sino de las trayectorias del corazón, como si uno dijera un mapa de viaje, un itinere. Ahora se sabe que el corazón no viaja sino en sentido figurado, pero los kerora de Nueva Guinea creen que el ánimo con el que uno sobrelleva el día tiene que ver con los desplazamientos del corazón y el lugar que ocupa en cada momento. Como si el corazón fuera un animal indócil que habitara y recorriera, día a día, nuestro cuerpo.
La palabra indócil la digo yo, y la palabra animal, también. Para los kerora, creo, el corazón no es dócil ni indócil, ni les preocupa tanto qué es, sino más bien dónde está. Por eso miro tu electrocardiograma, aunque eso no me dice dónde está tu corazón.
No sé por qué me regalaste el electrocardiograma.
No conozco a nadie más que pueda hacer un regalo semejante.
Tampoco sé por qué lo miro.
Creo que puedo cantarlo.
Inventario del malón
7 lanzas, 2 hachas, 1 tambor,
14 indios, 1 caballo blanco.
De los catorce, solo dos
lucen amenazantes, uno sonríe,
uno, detrás, es sorprendido en pleno
ejercicio de invisibilidad, uno tiene
un cuchillo entre los dientes,
uno permanece indiferente al mundo
y a todo lo demás, uno otea a la distancia,
como un prócer.
Un par pasa los cuarenta,
uno es realmente pequeño,
cuatro, en el ángulo izquierdo,
son adolescentes,
el resto oscila entre los veinte y los treinta.
El caballo, además de blanco, es potrillo.
Todos tienen el torso desnudo y cubierto
de pintura con motivos ornamentales.
Abundan las plumas, los flecos,
las cabelleras largas y greñudas.
En el centro, un cartel:
Los últimos de esta raza
Cuatro están casados, uno
preferiría no estarlo, cinco
son parientes entre sí, dos
se aman en secreto, uno querría
dejar todo y viajar, tal vez lo haga
más adelante, dos tocan la guitarra
con destreza, seis profesan
la religión católica, tres
son ateos, cuatro, socialistas,
cinco militan con fervor
en las filas del anarcosindicalismo.
Diez, al menos, tomaron la primera comunión.
Seis pasaron una noche detenidos en un calabozo,
cuatro de ellos por un malentendido.
De los 14 integrantes del malón inmóvil, cinco
son italianos, seis, españoles, y los restantes
son sirio libaneses (aunque les dicen
turcos).
El caballo es blanco como el caballo de Lawrence de Arabia.
El tambor es un regalo que un familiar
trajo del norte, un adorno
más que un instrumento, por eso
suena así.
El que sonríe, con quince años, es mi abuelo.
El marco es de un cartón grueso y oscuro,
un marrón noble cubierto de ramificaciones con hojas
y pequeños florilegios en relieve. En el reverso,
escrito en lápiz, se lee:
año 1926, 1º premio
Comparsa 15 Argentinos.
De Sintonía Americana (inédito)
Marcelo Díaz (Bahía Blanca,1965) estudió Letras en la Universidad Nacional del Sur. Integró el grupo de arte público Poetas Mateístas y editó la revista mural Cuernopanza. Colaboró con revistas de artes y letras; Desde hace años coordina talleres de escritura. Publicó los poemarios Berreta (1998); Diesel 6002 (2002); Laspada (2004); Es lo que hay (2010); Díptico para ser leído con máscara de luchador mexicano (2013) ; Blaia (2013), y 17 grises (2015).
Bache de hamaca
I
en el nido del tiempo
la hamaca es el huevo
¿pero quién fue primero
el hombre
o el niño?
el barro comienza por los pies
se amasa en el bache
un eslabón perdido
entre el cielo y la tierra
la erosión del vuelo
es la punta del péndulo
a medida que el barro
corta los dientes
el bache aumenta de tamaño
ahí donde no se hace pie
flota la madera
Laica
yo tengo una perra con un solo ojo
como la de Cartier Bresson
ella no captura el instante
sino la mitad
por ejemplo
tus manos en alto
se vuelven una sola
que muestra la palma
yo te apunto con mi Laica.
ella le ladra al futuro que pasa por tu mano
es un viaje del azar que no se detiene con Dios
tu mano se ha vuelto inmortal
y yo vivo en la mitad de tu vida
estás detenido en el espacio
Laica te mira a través de la burbuja de vidrio
vamos a casa
te dice
no todos los perros van al cielo
la burbuja brilla como la aureola de un santo
pero es sólo casualidad
no se puede rezar con una mano sola
Muralla
cuando los chinos
inventaron la fotografía
aún no existía el papel
tomaron en sus manos la Muralla
la pulieron
e hicieron de ella un espejo del mundo
lo que vieron fue la muerte
su faena uniforme y puesta en abismo
los fragmentos de la vida
perpetuada en portarretratos
sus soldados en fila
la arcilla de la amalgama
el espacio entre viñetas
su propio dibujo
por primera vez
empequeñecido
la cámara oscura de cada torre
los caídos
en pleno ejercicio de la apariencia
el universo había dejado de ser infinito
su fotografía
no
Fotos en escala
la bruja que barre las líneas de Nazca
sabe que el mal de altura
no es esa paja que vuela
sino la tierra
que nunca se acaba
De Isondú (El Suri Porfiado, 2014)
Silvia Castro (Río Negro, 1968). Poeta, fotógrafa y bibliotecaria. Editó los libros de fotografía Anagramas, Sphera, Pehuén, Abra, Sin párpados, La soga de la ropa, Caja china, Dulce Aldea (2005-2008), Trenes, junto con Alberto Muñoz (2012) y El olor de las hormigas, junto con Yamil Dora (2017). Como poeta publicó La Selva Fría (2006), Tura (2012), Isondú ( 2014) y Puelches (2018). Coordinó ciclos e integró la organización del Festival Latinoamericano de Poesía en el Centro Cultural de la Cooperación (2010-2016). Colabora con las revistas Op. Cit, Boca de Sapo, Aérea y otras publicaciones de poesía y fotografía.
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Ahora,
el olvido ordenará las cosas.
Todas las cosas que quedaron.
Y el gran amor,
el terrible, insoportable amor,
quedará quieto
hasta volverse piedra,
triza, polvo, nada,
un dato.
De Triza, (Detodoslosmares, 2017)
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Estoy envuelta en las telas del frío.
He llegado al lugar de la espera,
y no hay cartas.
Nadie avisa que he llegado.
Sé que estoy porque conservo
este cuerpo lleno de flores que nadie reclama.
Ah, qué miedo pueden dar las flores
revueltas en el fondo del viento.
Yo he cruzado sin cartas.
Yo he cruzado con flores, con aullidos.
Puedo decir que eso es la desesperación.
Me pregunto cómo es posible
semejante hazaña.
He cruzado hasta el fondo del viento
sin una línea que diga: “Querida mía”.
De Triza, (Detodoslosmares, 2017)
2
He oído cerca de la costa
el dolor de los corales al atardecer.
Y he visto las anémonas,
y las medusas,
ser partidas por la aguja del sol.
Es posible sostener por meses
el grito del cardumen
sobre el que arremete el barco.
Me acuerdo de eso. Sí.
Pero quién quitará de mi memoria
el viento en la cara
de los días felices.
De Mascarón de proa (inédito)
6
Hay cosas fáciles de contar.
Por ejemplo:
cuántas manzanas hay sobre la mesa.
Y más:
cuántas rojas, cuántas verdes.
Todo es sencillo mientras el sol
no apunte a lo indecible
y proyecte sombras.
Yo no sé
si la sombra de una manzana cuenta como sombra
o la sombra de una manzana cuenta como manzana.
A esta hora, quién sabe
cuántas manzanas hay.
Cuántas rojas, cuántas verdes,
cuántas manzanas negras sobre la mesa.
Ah. Las manzanas negras.
La cosa se complica cuando hay sombras.
Yo caminé hasta apretar mi corazón.
Alguien dirá que esto no cuenta como muerte.
De Mascarón de proa (inédito)
Valeria Pariso (Buenos Aires, 1970). Publicó los libros de poesía: Cero sobre el nivel del mar (2012), Paula levanta la persiana (2013); Donde termina esta casa (2015); Del otro lado de la noche (2015); Triza (2017) Tiene inéditos los libros Uva negra y Mascarón de proa. Varios de sus poemas fueron traducidos al portugués y al italiano.