Charlamos con esta reconocida escritora sobre su formación como bioquímica y su llegada -años más tarde- al mundo de las letras. También de los consejos que fue siguiendo a lo largo del camino, de los que brinda a la hora de promocionar la lectura entre los jóvenes y de los puentes que tiende a través de sus libros
Paula Bombara es de esas personas inquietas que no paran hasta dar con una respuesta, o cuyo motor es la búsqueda. Hace catorce años publicaba El mar y la serpiente, su primera novela, una historia sólida cuya protagonista es una niña curiosa (y sin nombre), que tiene un padre desaparecido y una madre muy presente que está en constante diálogo con ella. Hay una mudanza de la costa a la ciudad, una niña que pregunta pero que también observa mucho. “Esta novela se yergue en metáfora de todas las búsquedas”, escribió sobre ella Liliana Bodoc. En el centro mismo de la novela gravita esta cuestión por momentos angustiante, pero con un ritmo y una belleza tan singulares que la hacen una gran obra, apta para chicos y también para grandes.
Hay algo de autobiográfico en ese libro inicial. El padre de Bombara fue secuestrado a fines de 1975 y desaparecido. Ella habló mucho del tema son su madre: “Hubo idas y vueltas chequeando datos, preguntando”, cuenta. Pero esta idea de llegar al fondo de la cuestión, la trabaja también con otras temáticas en los libros que fue escribiendo: los accidentes de auto juveniles, tema sobre el que gira la trama de Solo tres segundos (y que es la primera causa de muerte en menores de 24 años); violencia de género en La chica pájaro. Todas sus novelas son mundos singulares y con temáticas específicas trabajadas en profundidad desde la investigación primero y, luego, en la construcción minuciosa de cada personaje; en ellas, la búsqueda estética está por sobre todas las cosas. “Presto mucha atención a cómo cuento la historia, si realmente logré contarla lo más fiel al personaje posible”, aclara.
Nos encontramos una mañana cerca de Parque Rivadavia, zona que la autora frecuentaba de chica. “Cuando tenía 10 años nos mudamos a Almagro y el parque estaba a siete cuadras. Venía todos los fines de semana un rato a patinar y estaba el paso obligado por la feria de libros usados. No teníamos plata, crecí en una familia de clase media baja pero con mucha cultura. Ahí, el dos por uno era mágico”, rememora una vez más, rodeada de libros entre los puestos de libros usados que la vieron crecer.
La edición aniversario de El mar y la serpiente cuenta con prólogos de María Teresa Andruetto y Liliana Bodoc, pero, ¿cómo fue el recorrido de los libros en estos años?
Es un regalo. Todo en ese libro es muy especial porque además fue el primero que publiqué, fue el que más me costó, por ser el primero, pero a la vez fue el que escribí con mayor libertad. Luego de haber escrito ese libro, todos los que vinieron después lo tenían como antecedente. ¿Cómo hago para escribir otro libro como El mar y la serpiente? ¿Cómo será leído? Pero mientras lo escribía no tenía ninguna referencia sobre qué se podía llegar a esperar de una escritora de mi generación. Escribí como pude, lo mejor que pude, sin prejuicios. Y me tomé todo el tiempo que necesité.
Gran parte de la historia tiene que ver con una vivencia personal, muy íntima. ¿Cómo te largaste a escribirlo?
La decisión de escribirlo fue por sugerencia de Ricardo Mariño. Cuando todavía estudiaba bioquímica le pregunté cómo era esto de escribir una novela, y me dijo algo que me dejó pensando: “Que sea algo sobre lo que vos sepas mucho”. Supongo que lo dijo por la cantidad de tiempo que puede llevar la investigación previa a la escritura. Ahora eso lo sé porque soy obsesiva con ese tema. Dependiendo de qué tema elija uno, las investigaciones pueden ser muy arduas. En cambio, en El mar y la serpiente, era leer testimonios que ya había leído porque el tema de Derechos Humanos y la dictadura era un tema de charla cotidiana en mi casa. No se trató de un texto catártico, nunca lo sentí así; fue un libro con el que yo podía dialogar perfectamente y por eso pude reescribirlo tantas veces hasta lograr lo que realmente quería.
¿Tuvo tantas reescrituras? Parece un libro muy natural, fresco... tiene más diez años y sin embargo parece reciente.
Sí, es trabajo. Creo que lo más trabajoso en la escritura es la sencillez del momento, captar en los personajes el momento en el que están. Si el personaje está en un momento complejo, entonces encontrar palabras simples para describirlo. Llegué al resultado final con los años y también con los rechazos. El rechazo te va formando un temple que permite tomar lo bueno de esa situación. La novela fue rechazada por grandes editoriales y también la presenté a un concurso que no ganó. Dejaba pasar un tiempo y luego volvía y la reescribía, tratando de tomar las devoluciones de las editoriales. Susana Aime, editora de SM, que leyó una versión que finalmente no quedó, me sugirió leer algunas novelas, entre ellas El sonido y la furia de William Faulkner y El limonero real de Juan José Saer. La lectura de esos libros me corrió el foco completamente y me permitió pensar el texto de otra manera. Cuando vi lo que habían hecho esos escritores con sus obras pensé, “bueno, puedo hacer cualquier cosa, uno puede escribir como quiera”. Fue una revelación. Tiré todo lo anterior y empecé de nuevo.
En El mar y la serpiente, la nena protagonista dice en un momento: “Es horrible pero quiero saberlo todo”. Es una niña curiosa que no le tiene miedo a nada. ¿Vos eras así?
Yo era de preguntar todo. No sólo en lo relacionado a lo familiar, sino del mundo en general. No por nada la colección de Eudeba se llama “¿Querés saber?”. Sigo siendo igual. Cuando yo era chica, el tema de la lluvia me obsesionaba: por qué a veces llovía de una manera, a veces las nubes tenían otra forma, por qué a veces había tormentas eléctricas y a veces no... A mi mamá se le acabaron las respuestas y resolvió el tema comprándome un libro de divulgación.
Tus libros están segmentados para un público juvenil pero tranquilamente podrían ser leídos por un público adulto. ¿Cómo manejás esas fronteras? ¿Pensás en el lector a la hora de escribir?
No pienso en un lector; a la hora de escribir la primera versión, pienso en los personajes, en ser fiel a ellos. El lector entra cuando empiezo a pensar en dónde mostrarlo, a qué editorial llevarlo. Ahí sí entra el lector y de golpe tengo que corregir bastante. O defender el texto desde otro lugar. El proceso de escritura nace de una pregunta que no sé responderme. Y en esa búsqueda empiezan a aparecer los personajes. Tanto Solo tres segundos como La chica pájaro nacieron así. En Una casa de secretos hay chicos más chicos, en las otras son adolescentes. A la hora de definir el destinatario, me cierra que sean jóvenes. Podrían salir publicadas para adultos, quizás... pero me interesa llevarlas a una editorial para jóvenes. Me gusta ser leída por ellos, que me confronten, reflexionar sobre el poder de la escritura. Algunos varones me decían: “Yo ahora no puedo subir más de cinco personas en el auto, porque me acuerdo de la novela”. Mirá el poder que tiene la escritura, se lo dieron a leer obligados, y en un punto la obligación se transformó en otra cosa.
De la bioquímica a las letras
Además de los consejos de escritores como Ricardo Mariño y Graciela Montes, hubo en su camino alguien especial que vio en ella talento y vocación para las letras y con mucha convicción le recomendó estudiar otra carrera. “Decidí estudiar bioquímica siguiendo los consejos de un profesor de literatura, Patricio Estévez. A mis 17 años, en 5° año del colegio, me animé a mostrarle lo que escribía. Mi plan “A” era seguir Letras, y Patricio se tomó unas semanas para leer mis escritos. Después me llamó y me recomendó no estudiar Letras. Dijo que veía una escritura vocacional en mí y que estaba seguro de que en algún momento iba a largar todo para ponerme a escribir”. Como una profecía autocumplida, fue lo que sucedió. Bombara terminó eligiendo la carrera de bioquímica porque una gran amiga suya también la había elegido y el programa le cerraba: tenía muy buena salida laboral y tocaba un poco de cada ciencia. “Como yo ya sabía que en algún momento iba a dejar, me servía que fuera una formación lo más amplia posible”.
¿Cómo fue tu acercamiento a la escritura y a la publicación?
Mientras estudiaba y trabajaba como científica escribía cosas que eran para mí y que no mostraba por timidez. Empecé un taller de escritura cuando cursaba el último año de carrera de Bioquímica y también empecé Filosofía, buscando un modo de vincularme de nuevo con la literatura. En ese momento, Graciela Montes dio una charla en la Facultad de Agronomía. Fui a escucharla, tendría 25 o 26 años. Me acerqué a ella y le comenté que tenía interés en escribir, y ella me pidió que le mandara un texto por mail. Luego de leerlo me recomendó el taller de Susana Cazenave, quien terminó siendo mi maestra. Recién ahí empecé a mostrar lo que escribía, pero no me gustaba mucho, de hecho nadie sabía que yo escribía; se enteraron de golpe. Primero empecé taller individual y luego grupal. Esa experiencia fue muy valiosa, empecé a leer y a escuchar las críticas. Con Susana aprendí a valorarlas y me fui transformando en una obsesiva de las críticas. Mientras escribía El mar y la serpiente, con sus sucesivas reescrituras, también escribí Eleodoro y La cuarta pata. Cuando salió El mar y la serpiente Antonio Santa Ana me pidió otros textos para publicar, y esos casi estaban listos. Se publicaron un año después.
A propósito de tu formación como bioquímica, también dirigís la colección de divulgación científica ¿Querés saber?, es decir que de algún modo seguís vinculada con todo ese universo...
Es un trabajo que me gusta mucho. Me permite seguir aprendiendo y conozco gente muy interesante del mundo de las ciencias. Las novedades saldrán, espero, entre marzo y abril, justo para la Feria del Libro. Estamos trabajando en alimentación con la bioquímica Mariana Koppmann, en insectos con la Dra. Ana Laura Pietrantuono; e iniciando una serie ambiciosa sobre historia y funcionamiento de máquinas junto a la periodista Gabriela Baby y el físico Fernando Simonotti.
¿Cómo son tus visitas a los colegios?
En general llaman de los colegios y los pongo en contacto con la asesora pedagógica de la editorial Norma. Visito muchos chicos de séptimo grado, que rondan los 11 o 12 años; me convocan sobre todo por El mar y la serpiente y Eleodoro. Hago todas las visitas que puedo porque me encantan, me van aportando cosas.
Lo primero que me preguntan es si El mar y la serpiente cuenta una historia real; hablamos de lo individual y lo colectivo porque, si fuera solo mío, qué sentido tiene que la nena no tenga nombre. El personaje en realidad no soy yo, pero a mí me pasó lo mismo que a muchos otros, y entonces esa nena nos representa a todos. Hablamos de la forma de la novela, de las partes en blanco, de las repeticiones, de cómo fue mi escuela primaria. Me preguntan si tengo vínculo con organismos de Derechos Humanos, entonces hablamos también del robo de identidad. Y, además, el vínculo con la historia está casi siempre; muchas maestras lo trabajan tanto desde el lenguaje como de las ciencias sociales. Cuando les cuento todo lo que tardé y la cantidad de veces que lo reescribí, les llama la atención porque es un libro finito que leen rápido. Entre una cosa y otra tardé como cinco años en escribirlo, y eso les sorprende. Para la edad que tienen, es la mitad de su vida.
Una de las preocupaciones de los bibliotecarios es cómo atraer gente joven a la biblioteca, ¿qué consejo les darías?
Hay varios perfiles: el lector escondido, que lee y disfruta de la lectura pero le da vergüenza decirlo; otros que leen y lo dicen abiertamente; y hay otros a los que realmente no les interesa leer. Ahí el rol de la escuela es importante porque muchas veces estos chicos que leen obligados se encuentran con libros que les encantan, entonces, a partir de ese pequeño paso, empiezan a transformarse en lectores. Y en ese sentido sirve el boca a boca que generan las sagas o esos libros de consumo masivo. La lectura de sagas es un entrenamiento porque leen muchísimas páginas; las tramas son pura acción, igual que las películas, igual que lo juegos de Play, otros productos que ellos consumen. Lo que hacen es ejercitar la lectura, todo lo demás es terreno conocido.
¿Sos de consultar bibliotecas?
Más que nada en la secundaria. Fui al Colegio Nacional de Buenos Aires, que tiene una biblioteca espectacular. En general, los libros de literatura, intentaba comprarlos, tenía una beca de ayuda económica que me dieron por el promedio y con esa beca compraba los apuntes y guardaba todo lo que podía para comprar novelas y cuentos.
Lecturas de ayer y hoy
El mar y la serpiente abre con una cita de Ana Frank, ¿ese fue un libro que te marcó?
Me regalaron El Diario de Ana Frank para un cumpleaños o para un día del niño. Fue el primer libro que leí basado una historia real, y descubrí al final que era una historia real. Cuando me di cuenta, el impulso que tuve fue revisar todo de nuevo: revisar libros de historia, buscar biografías de la autora en una época en la que no había Internet. Fui a la biblioteca de mi escuela −yo iba a un colegio estatal−, buscaba cosas de Ana Frank pensado que había escrito otras cosas. Con los años lo releí varias veces y la sensación es de pena y bronca porque podría haber sido una escritora genial y me hubiera encantado leerla. Cuando escribí Una casa de secretos, que tiene fragmentos de diarios, pensaba todo el tiempo en Ana Frank. En ella y en otras grandes escritoras. Esa cosa de ser joven y mujer en una época en donde la mujer no tenía derechos, el diario era una escapatoria, un lugar de libertad. Por supuesto que después de leer El Diario de Ana Frank empecé mi propio diario y después lo tiré. Lo terminé de escribir y lo tiré.
¿Qué otros libros leías de chica?
Hay libros muy entrañables para mí. En la infancia, a partir de los 5 o 6 años, eran un refugio, una manera de estar en el mundo. El primer libro que me marcó y me despertó muchas preguntas fue Dailan Kifki. Me hizo pensar que todo era posible; me lo dio mi mamá a los 5 años y todavía lo conservo. Después fueron importantes los poemas de Elsa Bornemann, los cuentos de Graciela Montes. A María Elena Walsh la recibí de mi mamá, a Bornemann un poco también, pero a Graciela Montes la buscaba.
¿Y de grande?
Tuve una época, en la adolescencia, de lectura de muchos cuentos: Poe sobre todo, Quiroga y después, de Cortázar, nos dieron unos cuentos. En primer año leímos a Borges, en segundo año empezamos a leer a Cortázar. Fui a la biblioteca de mi mamá y ahí tenía un montón de libros suyos. Y me pasó lo mismo con Oliverio Girondo: fue una revelación ligada a lo lúdico. También leía mucho a Stephen King... Hacia el final de la secundaria mi mamá me compraba la revista Puro cuento y así descubrí un montón de autores de acá y, a los 17, 18, mi mamá me regaló los cuentos de Raymond Carver; ahí empecé a saquear su biblioteca... y ahí empecé a leer a Bukowski. Ya más de grande, a través de mi maestra de taller o por reseñas, leí a Paul Auster, Lorrie Moore, Siri Hustvedt. Con ella tengo mucha afinidad porque también le interesa mucho la ciencia. Y después Virginia Woolf. Ahí entré en una cadena de lectura casi de seguimiento de obra: Clarice Lispector, Marguerite Duras, me encantan.