Las calles de La Matanza, las canciones y películas de los 80, y los boliches del oeste se pueden rastrear en la obra del autor de Kryptonita, pero también las visitas veraniegas a su familia paterna en Tucumán y a la materna en Paraguay. Su estilo atrapante, sensible y directo le valieron la etiqueta de escritor de los márgenes. BePé dialogó con el escritor acerca de estos recuerdos y de su última novela, Ultra/Tumba, recientemente publicada.

Las novelas de Leonardo Oyola (Isidro Casanova, 1973) transcurren en universos de asesinos y villanos, donde las peleas, las venganzas, las disputas de territorio y la locura extrema son moneda corriente. Pero sostienen su verosímil en lo profundamente humano que hay detrás de esos personajes: sueños, lazos de amor y amistad, anhelos de justicia y de redención y, sobre todo, marcas fuertes del territorio que habitan, del lugar del que provienen y de las reglas de juego que implican esas geografías. Esas historias se construyen a partir de pequeños momentos que viven los personajes y que parecen provenir de los recuerdos de las aventuras personales del autor, entre canciones ochentosas con títulos traducidos al castellano, botas tejanas compradas en Paraguay para lucirlas en los boliches del oeste, o las últimas anécdotas con un abuelo tucumano jodido como pocos. De ese mundo, que se puede conocer en los relatos reunidos en Nunca corrí, siempre cobré (Evaristo Editorial, 2017), o en la exitosa Kryptonita y también de su última Novela, Ultra/Tumba, dialogó el autor con BePé en esta entrevista.

En el prólogo de Nunca corrí, siempre cobré hablás de las primeras canciones, películas y lecturas que recordás. ¿Qué lugar ocupa hoy todo eso? ¿Volvés a esas películas, a esa música?
Me doy cuenta que sí. Hoy en día la verdad que tenemos todo muy a mano. Es muy diferente a treinta años atrás que, qué sé yo, querías ver Duro de Matar en VHS y hasta que encontrabas la película en el videoclub tenías que esperar un tiempo. Más o menos por 2014—cuando empezaron a andar bien las cosas económicamente—  compramos la tele como tienen todos ahora y un alumno me enseñó a bajar películas. Todos los domingos tenía mi ceremonia: volvía a ver alguna de los 80. Con Nicanor Loreti, el director de Kryptonita, revemos muchas cosas. Por ejemplo, que McQuade Lobo Solitario, de Chuck Norris, es un homenaje al spaghetti western veinte años después del spaghetti western

Vuelvo mucho a eso. Parece que no, pero es inevitable. No sé si te agarra ese viejazo o qué, porque yo viví con mis viejos y con mis tíos eso de “música era la de antes”, “películas eran las de antes”. Pero lo veo a mi hijo, lo enganchado que está con lo de los ochenta. Su única muletilla es “¡Uy dios, qué defectos especiales!”, porque algunos quedaron defectos especiales más que efectos. Pero lo veo que está enganchado con los personajes, con la música. Es una década particular para mí.

Cuando lo vivías en ese entonces, ¿ya sentías, por ejemplo, esa conciencia de que “Bon Jovi está prolijamente desprolijo”, como decís en uno de tus libros o es una relectura posterior? 
Por ahí es una palabra que ahora no está tan bien decirla, pero el tema chamuyo siempre me pareció que estaba bueno. Había como un juego: yo estoy simulando esto, vos te prendés. Incluso, reunión de amigos, uno cuenta una anécdota. Sabés que la está exagerando un peldaño, dos peldaños, o la escalera completa. Pero se lo celebrás porque te está haciendo reír, porque está contando una historia. Entonces, los Bon Jovi, los veías así, con esos pelos, haciéndose los heavys. Y lo veías a Jon Bon Jovi, que medía uno sesenta por el jopo, y pensabas: dale, lo banco al petiso que se quiere hacer el loco. Pero me gusta eso, sí. Creo que estaba ese juego.

En otra ocasión citaste a Pablo Ramos, porque dice que algunos escritores tienen mucha imaginación y otros vuelcan su prontuario. ¿En Nunca corrí… estamos conociendo tu prontuario? ¿Hay, como decías, peldaños que se agregan a las anécdotas?
Sí, es mi prontuario. Por ejemplo, “Casi sábado a la noche” son tres anécdotas con mi abuelo que las concentro en una misma madrugada. Son tres anécdotas que pasaron en momentos muy diferentes de la vida y de la relación con él. Pero me parecía que estaban buenas ahí, juntas, no sólo porque no sabía si iba a volver a escribir o no de mi abuelo —de hecho, no volví a escribir sobre él— pero aparecían esas tres cosas y las quería contar.  Las fui cambiando un poco.  En un momento pensé cómo me hubiera gustado que el abuelo viera las cosas que me fueron pasando. Me parece que le hubieran gustado. Lo extrañé, y “Casi sábado a la noche” fue una forma de decirle lo que lo quiero a mi viejo y lo que lo extraño a mi abuelo. Porque ni con mi viejo ni con mi abuelo éramos muy expresivos, te criaban así.

C1_LeoOyola

Los mundos de Oyola 

Kryptonita, la novela de superhéroes del conurbano bonaerense, lo hizo conocido para el gran público, sin embargo, su recorrido en el mundo de la literatura había comenzado un tiempo antes, en el taller de Alberto Laiseca, a quien Oyola reconoce como un gran maestro. 

La primera novela que escribió fue Siete, el tigre harapiento, finalista del Premio Clarín, luego llegaron Santería y Sacrificio para la colección Negro Absoluto dirigida por Juan Sasturain, Hacé que la noche venga (revelación 2008 en la Revista Ñ), Bolonqui, Gólgota (traducida al francés), Chamamé (Premio Dashiell Hammett; también traducida al francés) y Kryptonita, elegido el mejor libro de 2011 en una votación organizada por la librería Eterna Cadencia. Fue llevada al cine en 2015 por Nicanor Loreti, fue vista  por  más de 120000 espectadores y derivó en la serie televisiva Nafta Súper y en una historieta. También escribió los libros de relatos Sultanes del ritmo y Nunca corrí, siempre cobré. Acaba de publicar la novela de zombies Ultra/Tumba. 

Kryptonita tuvo película, serie, historieta. ¿Te quedaste con ganas de que pase eso mismo con alguna otra novela?
No, lo que aprendí en esto es a ser agradecido con las cosas que van pasando. A mí por la primera novela que me vinieron a buscar para hacerla cine fue Gólgota y no prosperó. Cuando vinieron a buscarme fue pensar “me compro el monoambiente”, cosas así. Y después avivarte de que no, que es otro tema, y la verdad que cuando se caían la mayoría de las que iban señando después de la primera cuota, la verdad me empezó a agarrar una cosa de querer que se hiciera alguna. Después, cuando vi todo lo que hizo Nicanor, ya cuando pagó la segunda cuota estuve re contento porque pensaba “por ahí no se cae”. Son tiempos largos. Es importante que no pierdan esa fuerza, ese entusiasmo, la cosa lúdica que también tiene que existir para hacerlo, para jugar. Se armó algo muy bueno con él, me siento hiper cuidado y siento que no estoy afuera. A mí me da mucha tristeza ver colegas que están enojados con gente que hizo sus adaptaciones cinematográficas y los hicieron a un lado, porque mi experiencia con él fue hermosísima. Lo que aprendí es: tengo ya varios libros publicados, si va a haber algún próximo que sea película, que venga alguien con la pasión y el respeto que tuvo Nicanor.

¿De Ultra/Tumba qué podés contar?
Es una novela que me costó mucho, porque en el medio pasaron todas las cosas lindas de Kryptonita, tanto con la película como con la serie. Y era volver a ese universo cuando Ultra/Tumba es mucho más amargo, por lo que estoy contando y el escenario donde transcurre: es una separación entre dos amantes en una unidad penitenciaria. Costó bastante hasta que me pude volver a sentar, meterme de vuelta en esa oscuridad. También es una historia que nace porque, a partir de muchos libros míos, voy a unidades penitenciarias a talleres literarios donde dan cuentos y, en el intercambio, escuchás historias que también le dan vida a esos personajes de ficción.

En esas interacciones con personas que en tus novelas pueden leer sus territorios o sus recorridos, ¿qué tipos de intercambios nacen?
Lo lindo es que veo que todos tenemos historias, que a todos nos pasan cosas, y que es lindo si después lo podés narrar y cómo lo contás. La persona que está privada de su libertad primero escribe para canalizar mucha frustración, mucho dolor que tiene adentro, y después se va animando a escribir ficción, por ahí a coquetear con algo más humorístico y, ahí, con volver a sonreír. Eso, me parece, es lo más lindo que pasa en esos espacios. Estar en eso me gusta. No ser lo principal, sino ser parte de lo que está ocurriendo ahí.

Y qué lecturas o películas estuviste viendo para llegar a este cruce de historia de amor y caos zombie? ¿O es algo que siempre te interesó?

Fue todo un proceso largo, similar al de Kryptonita, nada más que Kryptonita fue más virgen, no tenía leída tanta historieta. Hoy, por ejemplo, soy un lector de historieta, me puse hasta estudioso con eso. Pero vi un montón de películas de zombies. Lo básico de los zombies, que me parece interesante, es que al zombie no lo podés culpar por nada. El zombie ya está deshumanizado, ya es otra cosa. De La noche de los muertos vivos en adelante,  lo más importante es marcar el egoísmo, la mala leche, las cosas necesarias a las que tiene que apelar uno para sobrevivir. Y que, aún estando en grupo, sacás tu lado oscuro, tu cosa taimada. Fue rever mucho eso, leer lo que me iban recomendando. 

Acá, hasta que no apareció la novela Los muertos del Riachuelo, de Hernán Domínguez Nimo, sacando la literatura de Esteban Castromán, sacando una novela Leandro Ávalos Blacha, que se llama Berazachussetts —que es una novela de una sola zombie— me parece que no se había laburado bastante sobre eso. Incluso, lo que yo hago en Ultra/Tumba, lo de los zombies, queda en un momento en segundo plano. Podría haber sido solamente el motín y funcionaba, pero cada vez tolero menos escribir de forma cien por ciento realista estos temas. Necesito que entre la fantasía. Pero te vas a dar cuenta que la zombie es lo de menos al lado de todo lo que pasa en una unidad penitenciara. Por la burocracia, por otras cosas, no por la gente que está adentro.

¿Qué libros te impactaron últimamente?
En este momento estoy como loco con un libro que se llama Tarzan Boy, de Peter Punk. Peter Punk viene más que nada del ambiente rockero, trash. No lo conozco, pero ahora estuve buscando cosas de él. Llegué porque el título era de una canción que se bailaba en los 80 en el boliche. Él en el libro cuenta tres historias en paralelo: la historia de cómo se convierte en hit la canción de Baltimora, que a la vez le estaba haciendo un homenaje a una película de culto de los 70, una película porno-gay, en la que, en lugar de estar Tarzán y Jane, están Tarzán y Jesse. Que incluso John Derek hace su versión de Tarzán erótica, apta para todo público y con un estudio grande, con su mujer Bo Derek, que era la chica diez del momento, inspirado en esa película. Todo esto lo sé por ese libro. Él también cuenta la historia de dos soldados en Malvinas que están por morir de frío. Se están queriendo abrazar o no, y la típica joda entre tipos. Hay uno que no sabe si el otro era gay, pero el otro le termina contando la historia de la película, de Tarzan Boy, que la había visto en el cine porno de su pueblo. El otro no le creía, pensaba que lo estaba chamuyando. No sobrevive el que contaba la historia. El otro sí y, en los noventa, cuando vuelve el festival de cine a Mar del Plata, Fernando Martín Peña recupera la película, encuentra la película porno, y la exhibe en una de las sesiones de trasnoche. Este tipo viaja a Mar del Plata a ver la película, en memoria de su compañero. Es un libro conmovedor. Toda la parte de la historia de los soldados, debe ser ficción o debe ser algo que le contaron, pero cómo lo narra él y, a la vez cómo narra la parte cinematográfica y la parte del hit. Qué loco, ¿no?, eso que le llamaban el ítalo dance o el ítalo disco, canciones que hacían italianos pero que ponían otros tipos de nombres, diseñadas para que sean hits en el verano de Ibiza, pero nosotros acá en el conurbano la bailábamos. ¡Dije conurbano, mirá! Muy loco, ese libro me encantó.

El otro que me partió la cabeza ahora, de Ariel Bermani, Messina, algo completamente diferente: alguien que de grande se da cuenta que a su entrenador del club, cuando iba a los diez, once años a jugar a la pelota, se lo chuparon, es un desaparecido. Pero en el momento a él lo que le dijeron fue que el Flaco Messina se fue del club. No volvió más y nadie le dio pelota, pero con el paso de los años se da cuenta de que lo chuparon. Y es la construcción de eso, de dónde militaba, de dónde estaba. Me encantó. Esos son los dos últimos libros que me partieron el bocho.

¿Cuál es tu relación con las bibliotecas populares? ¿Concurrís habitualmente?
Sí, eso sigo haciendo bastante y en la medida de mis posibilidades por cuestión de tiempo. Ahora no puedo ir a todas las escuelas que yo quisiera. Voy, y con la mayoría es eso, te cargas la SUBE y vas, no hay tutía. La CONABIP  sigue haciendo movidas. A mí, cuando me llaman para hacer alguna cosa, lo hago porque en la época que se movía todo siempre me trataron bien y a todos por igual. La CONABIP hacía un trabajo con el interior que era muy importante. Es lindo que estén tus libros ahí, que los lean, que les guste. A mí me encanta encontrarme con el lector, me encanta que me lleven a varios lados, pero me gusta más ese público. Esos lectores que se divirtieron, que no están buscando otra cosa, otro tipo de análisis. Respeto mucho al que hace análisis, catálogos, pero a mí me gusta la señora que me dice “me divertí mucho, pero qué mal hablado que es usted”, eso me encanta.

C2_LeoOyola