La sed, de Marina Yuszczuk (Blatt & Ríos)

“Fue la sangre lo que me salvó. La sangre que me enloqueció desde el primer contacto y me convirtió, poco a poco en una bestia. El pasado retrocedió, hasta olvidé mi nombre, y a su debido tiempo recibí uno nuevo en un lenguaje maldito. Lo único verdadero era esa necesidad de saciarme, una y otra vez, y la generosidad con que mi Hacedor me ofrecía sus propias víctimas. Desnuda, con el cuerpo cubierto de sangre seca, me arrastraba entre sombras y mis hermanas conmigo, esperando esas noches en las que el Hacedor nos invitaba a sus orgías de sangre y cópulas furiosas. Podíamos comer, siempre que fuéramos suyas. Yo existía para ese instante en que clavaba los dientes en un cuello palpitante y el líquido rojo me llenaba la boca”, así se presenta la protagonista de la última novela de la narradora, poeta y editora Marina Yuszczuk. Es la historia de una vampira que llega a Buenos Aires en el siglo XIX, durante la epidemia de la fiebre amarilla y vive con esa sed permanente de sangre humana. 

La sed tiene elementos góticos, de género. Es también una historia sobre la incertidumbre, el miedo, la soledad. La muerte es el gran tema que aborda Yuszczuk a lo largo de toda la novela, que llega hasta el presente con la historia de otra mujer atrapada en la cotidianidad, en una vida poco feliz y con una madre que agoniza. 

 

No soñarás flores, de Fernanda Trías (Paisanita Editora)

En estos cuentos, la escritora uruguaya Fernanda Trías despliega una voz propia, una mirada singular. En las ocho historias que componen el libro los personajes están a punto de colapsar. Las tramas son urbanas, contemporáneas. “Hay que aprender a cortar lo que está en mal estado”, le hace decir Trías a una de las mujeres de sus cuentos y ahí está uno de los ejes del libro, hay mucho en descomposición: frutas, casas, vínculos y Trías lo cuenta con maestría.

Otro de los ejes de No soñarás flores lo marca la narradora del cuento que le da nombre al libro: “A través de esa nube turbia, las cosas más comunes parecían cosas extrañas”, dice. Lo extraño y los costados ocultos de lo cotidiano están presentes en este volumen impedible. 

 

Los sorrentinos, de Virginia Higa (Sigilo)

El protagonista de esta novela es “Chiche”, un personaje entrañable, dueño de la marplatense Trattoria Napolitana, el primer restaurante del mundo en servir sorrentinos. Higa cuenta la historia de la familia de Chiche, los Vespolini, inventores de la pasta redonda rellena con jamón y queso. Junto a Chiche aparecen hermanos y hermanas, sobrinos, cuñados y sobrinos nietos que se vinculan en la mesa familiar, frente al famoso plato de pasta. “El momento más triste era cuando terminaban de comer, y por eso las sobremesas en la trattoria se alargaban, a veces por horas, como si cada comida fuera una vida y nadie quisiera despedirse de ella”, se cuenta sobre ellos. 

“Virginia Higa desciende por vía materna de italianos y por parte del padre, de japoneses. En esta novela ha trabajado la línea materna, más precisamente las vicisitudes de Chiche, radicado en Mar del Plata e inventor de los sorrentinos. Por ella desfilan parientes, clientes, competidores, amigos y enemigos, y sorprenden en ella la pintura de personajes, el humor y la sabiduría en las transiciones. Esta novela se lee de un tirón y no nos deja de sorprender”, dijo alguna vez la escritora Hebe Uhart. 


La lógica del daño, de Luz Vítolo (Odelia Editora)

El cuento que abre el libro, “La hora de la siesta”, corta el aliento desde las primeras líneas. Una niña en bicicleta recorre un barrio desolado. "Si pedaleás rápido, muy rápido, se te levanta el vestido. Tratás de ser cuidadosa, pero te gusta la velocidad. Te olvidás de que existen los frenos; agarrás todas las lomas de burro. Saltás un poco en tu asiento. El viento descubre tu secreto: te olvidaste la ropa interior. Porque hace calor y corre el aire. Estás despierta y es la hora de la siesta. Andás sola: ahora te dejan", dice Anita, la protagonista del cuento. Hay otros niños y niñas en los cuentos de Vítolo, pero no son niños desprovistos de maldad o crueldad, sino todo lo contrario. Otra historia es protagonizada por una adolescente paralítica y su madre. Allí, Vítolo recurre al fantástico para abordar desde la extrañeza los vínculos familiares, las secuelas de un accidente, el dolor, el daño. 

“¿Quién no sufrió un daño alguna vez o lo causó a otro? El daño puede ser involuntario o premeditado, letal o minúsculo, pero es imposible ignorarlo”, se plantea desde la contratapa del libro. Luz Vítolo no lo ignora, sino que con una mirada aguda y no exenta de crudeza, lo explora a través de estos cuentos potentes e hipnóticos.

 

Estás muy callada hoy, de Ana Navajas (Rosa Iceberg)

Esta primera novela de Ana Navajas es un diario ficticio. La narradora es una mujer de mediana edad que acaba de perder a su madre, está un poco desorientada y busca en la escritura la respuesta a los interrogantes que se le presentan. 

El comienzo de la historia marca lo que vendrá: reflexiones, humor, lo cotidiano, la familia: “El cementerio en donde está enterrada mi mamá es mi jardín favorito. Tiene árboles añejos con lianas y orquídeas escondidas, muchas sombras y a sus pies una laguna encantada. Algunos piensan que tiene fantasmas, es un poco escalofriante. Para mí solo tiene magia. Para algunos enamorados también. Se corre la bola de que en el pueblo lo usan como Villa Cariño. 
Mi hermano arquitecto hoy estaba cortando con una sierra un molde en telgopor: estaba imitando la forma irregular que tienen las lápidas originales de mi familia en el cementerio (...)  Papá, por supuesto, tiene guardada para él una de las lápidas originales, que hace juego con la de mamá y la de todos los familiares enterrados ahí (...) También tiene armada la cortina musical para su entierro, un tema de jazz elegido para el preciso momento en que bajen el cajón. Es de Avishai Cohen, se llama “Remembering” y, exactamente en el minuto 2:01, todos los instrumentos se detienen: el piano, el contrabajo, la batería. Solo queda un eco. Es ahí, dice papá sosteniendo sus dos manos en el aire como un director de orquesta: en ese preciso instante el cajón tiene que frenar y quedar suspendido en el aire, igual que los instrumentos, y después, nos indica haciendo con sus manos el ademán de arriar unas sogas, retomar la trayectoria hasta llegar a tierra. Tiene todo preparado para la fiesta”.